El museo como taller: instrucciones para fabricar incertezas
Sobre la muestra “Cómo armar una máquina en diez pasos” de María Ignacia Valdebenito en MAC Parque Forestal
Santiago, 14 de noviembre de 2025
En 1912, Duchamp escribe sus “(notas generales) para un cuadro hilarante” [Notes générales (pour un tableau comique)], una serie de instrucciones para montar y desmontar El gran vidrio. Más que un manual técnico, ese gesto revelaba su convicción de que el artista no es un genio aislado, sino un mediador, y que la obra debería pensarse como un dispositivo abierto. “El espectador establece el contacto de la obra con el mundo exterior descifrando e interpretando sus profundas calificaciones para añadir así su propia contribución al proceso creativo”, escribió. A partir de ahí podemos trazar una genealogía fragmentaria, con saltos y desviaciones, de artistas que han concebido la práctica artística como un proceso más que como objeto cerrado, basándose en la instrucción. Desde los event scores de Fluxus -pequeños guiones de acciones mínimas y a menudo absurdas- hasta los Instruction Paintings y Grapefruit de Yoko Ono, donde la obra se desplaza hacia la imaginación de quien lee; desde los murales ejecutados a partir de las precisas indicaciones de Sol LeWitt, que desmaterializan la autoría, hasta los ejercicios textuales e irónicos de John Baldessari, que convirtieron la repetición y el mandato en forma estética. En todos ellos, la obra no se agota en lo exhibido, sino que se activa y transforma en el momento mismo en que alguien intenta seguir, interpretar o desobedecer la instrucción.
Pero más que estos antecedentes del campo artístico, las referencias de Ignacia se anclan en otra genealogía. En lugar de provenir del museo o del archivo, nacen de lo doméstico: los manuales de Sodimac o Homecenter que coleccionaba su madre, o los de la Cuba bloqueada que la artista conoció después – textos como “Con mis propios esfuerzos”, “El libro de la familia”-, donde las instrucciones circulan fruto de lo que se conoce como diseño de necesidad. Sin embargo, en el escenario propuesto por la artista -una suerte de Ikea tropicalizada- no se trata de inventar un mueble, arreglar la bicicleta ni de reparar la lavadora, se trata de construir máquinas absurdas, aparatos técnicos con sensores inútiles y artefactos destinados a fallar. Una ingeniería precaria que subvierte la promesa de eficiencia, parodiando tanto la lógica del “hágalo usted mismo” como la fantasía de la autosuficiencia tecnológica. En lugar de ofrecer soluciones, las instrucciones de Ignacia producen desvíos. Activan la imaginación, incertidumbre, provocan risa, y exponen la fragilidad de toda máquina cuando se enfrenta a la torpeza o a la manualidad humana.
Cada visitante deviene trabajadxr, ejecutxr, pero también saboteadxr. Porque toda instrucción puede ser obedecida o no. Y en esa tensión se juega la pieza: ¿qué hacer cuando una parte no encaja, cuando sobran tornillos, cuando lo que se enciende y apaga solo devuelve un parpadeo tartamudo de luz?
La propuesta de Ignacia desarma el pacto de la exposición como vitrina y desplaza al público al terreno de una producción incierta. Nos convoca a entrar en un espacio que funciona como taller, fábrica improvisada, laboratorio de lo inútil. Como una demiurgo, que construye copiando un modelo ideal, la artista también propone un orden: manuales, instrucciones, diagramas que pretenden guiar la mano de quien ejecuta. Pero a diferencia del demiurgo platónico, aquí la copia nunca se ajusta al ideal. La materia se rebela, los sujetos malinterpretan, los objetos se arman torcidos. Lo que se construye no son cosas funcionales, sino artefactos absurdos: prótesis de luz, sistemas sonoros tambaleantes, muebles que nunca serán utilizados.
Cada manual, riguroso y metódico, nos recuerda a “Instrucciones para subir una escalera” de Cortázar: mandatos aparentemente simples, que mientras más precisos intentan parecer, más opacos se vuelven. Atravesados de ironía, los manuales (en secreto) celebran el hiato entre la orden y su cumplimiento.
El espíritu de las máquinas inútiles de Tinguely recorre este zócalo. En lugar de eficiencia industrial, Ignacia ensaya una poética de la falla programada. Aquí cada sistema está condenado a titilar, a agotarse, a devolver apenas un balbuceo de energía; a entrar en la caja negra para dejarnos extraviar en su oscuridad de cables y circuitos.
Lo que ocurre en la sala es, entonces, una obra viva. No es lugar para mirar, sino para hacer. Lo que se exhibe finalmente es su propio riesgo, enredado entre huinchas, cables, gafes, lijas. La cámara cenital registra los cuerpos que se mezclan en el acto de ensamblar, desensamblar, improvisar. Cada visitante al museo puede ser un engranaje, una polea, de una máquina humano-máquina, performance colectiva, o una psico-etnografía del hacer técnico artístico, donde desobedecer es un acto de libertad creativa.
CÓMO ARMAR UNA MÁQUINA EN 10 PASOS
M. IGNACIA C. X. VALDEBENITO G.
8 Noviembre, 2025 – 25 Enero, 2026
MAC Parque Forestal
Santiago, Chile