Notas sobre porno y transgresión
Valeria Radrigán
Artículo online.
Resumen
En trabajos anteriores, Radrigán ha desarrollado cómo la pornografía se ha constituido en un potente dispositivo de visibilidad sexual, generando imágenes y discursos que son asimilados por las personas comunes como profundas normas y “verdades” sobre el cuerpo y la experiencia del sexo (Radrigán, 2025). En este contexto, es característica de la pornografía mainstream tanto la divulgación de estéticas corporales que obedecen a una tríada de belleza-salud-ideal estandarizada, como de performatividades coherentes y funcionales a un paradigma hétero-cis reproductivo.
Con todo, sabemos que en el campo existe un profundo interés por los cuerpos, deseos, placeres y conductas desviadas. En su contraposición al canon, las corporalidades y sexualidades que se resisten a los fenómenos de normalización, suscitan enorme atención para la pornografía. Este fenómeno opera no sólo en tanto morbo por lo bizarro, sino que, de un modo más complejo, como signo de transgresión.
Si bien lo que una sociedad define como transgresor es una noción móvil y que se actualiza constantemente en función de parámetros culturales y epocales, en términos conceptuales podemos definir la transgresión como un acto de sobrepasar ciertos límites -o normas- básicas establecidas y aceptadas de forma general por una comunidad. Estos límites serán más profundos en la medida en que se acerquen a los mínimos civilizatorios (tabúes), y tendrán menos impacto en su cercanía a aspectos morales cuyo debate puede ser recurrente. En ese sentido, existirá siempre cierto margen para la transgresión en la medida en que sean acciones compatibles con la civilización, “porque no atentan contra ella en tanto que no son formas inhumanas ni destructivas” (Rosado, 2000, p.216).
Considerando lo anterior, los procesos de transgresión son esperables y, de hecho, necesarios en una sociedad en tanto dinámicas de ajuste en torno a las normas. Por una parte, se manifiestan en tanto requerimientos de exceso y descontrol, luego, son la forma que tenemos de explorar las aceptaciones e integración de las normativas, así como de las instituciones y discursos que les dan forma. A su vez, en este ejercicio de delimitación y deslimitación constante de las transgresiones, podemos decir que destinamos determinados campos sociales como aptos o no para experimentar en torno a las desobediencias: las artes y la propia pornografía han sido ámbitos culturalmente privilegiados para ello. La medicina ha gozado de ciertas prerrogativas para la experimentación en pos del desarrollo científico y la salud, lo cual ha venido históricamente acompañado de sus correspondientes debates éticos. En este sentido, y siguiendo a Barba y Montes (2007) es posible hablar de la existencia de espacios de “transgresión regulada” (p.65). Estos ámbitos funcionarían como bisagras entre lo públicamente aceptado y lo reprimido, permitiéndonos negociar lo transgresor a nivel social.
Así, y volviendo al porno, podemos decir que éste opera como un equilibrio de fuerzas entre el exceso permitido y aquel que potencialmente hace peligrar la civilización, permitiendo un oscilamiento entre control y descontrol. A su vez, en un contexto de pornificación globalizado (Mc Nair, 2002), cabe preguntarse por la vigencia del formato pornográfico respecto a lo que como sociedad consideramos hoy, transgresión. En este texto, Valeria Radrigán presentará algunas notas para ir reflexionando en esa dirección.
Descargar artículo completo en PDF
